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Sobre autonomía, clientes e instituciones

Por : Gonzalo Carrasco Chávez / Area : PRINCIPADO - Filosof?a, historia, pol?tica y sociedad
Número : 20 , Tercera Época  /  Diciembre de 2009
La multiplicidad de verdades que existe hoy en día en las culturas liberales nos desarma ante una realidad cada vez más confusa. Pareciera que se nos obliga a carecer de criterios de corrección que nos permitan dotarle de un mayor significado a nuestra existencia?

El connotado filósofo canadiense y uno de los principales exponentes de la corriente comunitarista, Charles Taylor, pone el dedo en la llaga cuando expone con singular maestría los tres grandes ?malestares en la cultura posmoderna?1.

En primer lugar, menciona al individualismo. A primera vista, nos advierte Taylor, el individualismo parece una de las más grandes conquistas en la historia de la humanidad. A partir del reconocimiento pleno de la autonomía del individuo y su primacía sobre la pertenencia a un grupo determinado, al menos en las naciones democráticas modernas, hoy en día la persona tiene garantizadas por ley un número importante de libertades entendidas tanto en sentido positivo (capacidad de goce) como en sentido negativo (ausencia de impedimento). Lo anterior lo exime de ser sacrificado en pos de criterios utilitarios considerados trascendentales por la mayoría potencialmente tiránica.

El derecho a la autorrealización que propone el liberalismo, siguiendo el ?harmless principle? de John Stuart Mill, puede ser sintetizado como sigue: todas las opciones son igualmente respetables siempre y cuando sean fruto de decisiones autónomas y no da?en a nadie. Taylor, en un afán eminentemente provocativo, califica este postulado como profundamente perverso.

En una alusión al famoso discurso de Benjamin Constant2, Taylor compara la cultura posmoderna con la antig?edad clásica. En aquella época, existía un sentimiento generalizado de pertenencia a un orden mayor, trascendental a los individuos que formaban parte de una cierta comunidad. Este orden le daba un sentido a la vida perfectamente coherente y autosuficiente. Las personas eran absolutamente conscientes de cuáles eran sus metas y del método preciso para llegar a ellas. Estaban convencidas de que existía algo más elevado que sus propias pretensiones aisladas y como tal contaban con un soporte cultural que les permitía reconocerse a sí mismos como parte de un todo armónico.

En cambio la multiplicidad de verdades que existe hoy en día en las culturas liberales nos desarma ante una realidad cada vez más confusa. Pareciera que se nos obliga a carecer de criterios de corrección que nos permitan dotarle de un mayor significado a nuestra existencia. En su pasión por la tolerancia y el respeto el liberalismo confunde ambos con indiferencia. Somos víctimas de una lacerante falta de pasión que nos conduce como consecuencia a un achatamiento de nuestras vidas. Incapaces de buscar un significado trascendental a nuestro existir nos transformamos en ávidos consumidores de una impresionante maquinaria destinada a crear y satisfacer falsas necesidades cada vez más disparatadas. Aspiramos a un lastimoso bienestar. Concentrados cada vez más en un mísero ?yo? fracturamos nuestros lazos comunitarios. En el sentido en el que Marx definiera la alienación3, como que algo me es ajeno, perdemos la capacidad de reconocernos a nosotros mismos. Sin una salida más prometedora, nuestra animalidad despierta enterrando para siempre a nuestra humanidad.

El segundo malestar en la cultura posmoderna es, para Taylor, la primacía de la razón instrumental. Uno de los paradigmas más fundamentales para la ciencia social moderna lo representa la teoría de la elección racional. Somos racionales en tanto seleccionamos los mejores medios para alcanzar los fines propuestos. Pensamos siempre, o por lo menos así lo proponen los científicos sociales más ortodoxos4, en relaciones costo-beneficio.

El provocador sociólogo irlandés, y catedrático de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, John Holloway, parte desde el marxismo para presentarle al lector una perspectiva por demás interesante5. Marx propone que lo que distingue al ser humano de las bestias es su capacidad para proyectarse más allá de la realidad material por medio de sus creaciones. En este sentido la creación niega a la realidad más inmediata. La imaginación del obrero se nos presenta en una situación de éxtasis, al comienzo del proceso creador se proyecta más allá de la realidad física hacia otra en potencia.

Dado que vivimos en un mundo continuamente alterado por el proceso creador del ser humano, toda creación, propone Holloway, es inherentemente social. El mismo proceso cultural lo exige. Nacemos en un ambiente determinado que nos condiciona y restringe.

La lógica calculadora de la razón instrumental termina por pervertir el proceso creador del hombre como medio para reconocernos a nosotros mismos y dotarle de sentido a nuestras vidas. El resultado de nuestro trabajo ya no es un espejo en donde nos podamos reconocer como seres humanos, si no un objeto por demás fetichizado, sin ninguna relación con su creador.

El hombre es víctima de una lógica fría e impersonal. Estamos encerrados en la ?jaula de hierro? weberiana. Incapaces de formarnos criterios trascendentes, debido a su aparente irrelevancia en la vida moderna, caemos víctimas de la imposición de ideales ajenos, deshumanizados. Confundimos medios con fines, y así se explica que lo que nació como meramente un medio para facilitar el intercambio (el dinero) se convirtiera en el fin de nuestras vidas.

El tercer y último gran malestar en la cultura es la política liberal. Entendida esta última como una serie de instituciones cuya función consiste en reproducir los dos malestares anteriores. Se nos impone una serie de ?valores? cuya existencia es fundamental para la reproducción de la dinámica propia del sistema. Dichos valores lo materializan todo hasta que nos encontramos incapaces de responder ante las injusticias de un mundo que parece cada vez más irreal.

La propuesta del filósofo canadiense no es, como pudiera pensarse, un régimen anti-liberal. No comete el error de idealizar las características de la libertad de los antiguos en la Grecia clásica descritas por Constant, por el contrario llama a una reformulación del liberalismo que permita proteger y alentar los horizontes de sentido de la vida humana sin atentar en contra de un concepto de libertad más razonable.

De todos los problemas que tiene nuestro querido México, el más grave de todos y sin lugar a dudas la causa de muchos otros males que padece es la poderosa indiferencia que nos somete a una clase política cada vez más ávida de poder y ganancia.

Por supuesto sería trivial proponer, como lo hacen pensadores de rasgos más utópicos como los anarquistas, refundar una nación en donde rija algún sentido cuasi metafísico de solidaridad universal.

Si algo nos han ense?ado las ciencias sociales, siendo el Derecho uno de sus principales exponentes, es que el ser humano actúa con base en incentivos. La creación y la manera en que operan éstos es tema de continuos debates, y lo seguirá siendo por muchos a?os. Sin embargo, una visión que se aproxima lo suficiente a la realidad y que aprueba el criterio de validez científica enunciado por Popper6 es el Institucionalismo.

En este sentido, las instituciones son los principales mecanismos de creación y alteración de incentivos que existen. Vale la pena por tanto remontarnos brevemente a la creación del Estado mexicano moderno.

Sin lugar a dudas, la principal característica del Estado mexicano, creación de Plutarco Elías Calles y sujeto a un posterior refinamiento a manos de Lázaro Cárdenas, es el corporativismo. El Partido Nacional Revolucionario pretendía agrupar a todos los sectores de la sociedad en distintas corporaciones a partir de las cuales sus miembros ejercieran una significativa participación política desde la actividad económica que desarrollaran
en la sociedad. ?stos elegirían a sus líderes, los cuales, cooptados por la élite política del país, permitirían la perpetuación en el poder del partido oficial. El corporativismo, para ser exitoso en su principal propósito (poder a perpetuidad), debía de estar acompa?ado por una economía estatizada y centralizada. La extensión de dicho ejercicio culminó con un aparatoso Estado cuasi omnipresente en todos los ámbitos de la vida. Dicho monstruo comenzó a derrumbarse con la apertura impulsada en un principio por López Portillo y que culminó con la actuación de Pedro Aspe Armella, Secretario de Hacienda del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.

Si bien no somos más un país con un modelo de economía mixta, ni tampoco un modelo neoliberal como lo afirman erróneamente muchos7, las instituciones políticas y sociales del país siguen correspondiendo a tal modelo. Dichas instituciones, representadas en particular por las organizaciones de desarrollo social de los tres niveles de gobierno, actúan con el ulterior propósito de perpetuar para el cacicazgo en turno las redes clientelares de las que éstos dependen para manipular elecciones a su gusto.

El aparente objetivo de estas instituciones, la erradicación de la pobreza, no es meramente una farsa sino una tergiversación perversa con el propósito de ocultar lo evidente: dependen de la perpetuación de niveles mínimos de pobreza para capitalizar el clientelismo político para el cual fueron creadas.

Las instituciones descritas tienen efectos viciosos sobre la psicología del mexicano, hace de ellos seres humanos pasivos, incapaces de ayudarse a sí mismos. Y lo que es aún más grave, acentúan la indiferencia con la que pensamos y actuamos, lacerando de forma alarmante los lazos comunitarios que debieran de dotarle de sentido a nuestras vidas.

La única solución a dicha problemática es reformar las instituciones mexicanas8 de tal modo que no sólo no reproduzca el ciclo de miseria que parece tener tan satisfecha a gran parte de la clase política, sino que nos provea de incentivos tales que permitan al mismo tiempo un mayor desarrollo de nuestra capacidad autónoma de salir adelante sin perder de vista nuestros horizontes de sentido culturales, en decir rescatar las críticas de Charles Taylor, entre otros.

Es imperativo avanzar hacia la adopción de un liberalismo económico más humano, que permita al hombre reconocerse en su continua aportación creadora al mundo. Dicho avance es irrealizable en nuestro país sin una reformulación de las instituciones políticas y sociales que hasta el momento no han hecho más que perpetuar el ciclo nocivo que nos tiene en la orilla del precipicio. Habrá que ver si despertamos a tiempo antes de la catástrofe.


1 ?La ?tica de la Autenticidad? Charles Taylor

2 ?Acerca de la libertad de los antiguos comparada a la de los modernos? Benjamin Constant

3 ?El Capital? Karl Marx

4 Para una reformulaci?n interesante de ?sta teor?a vease ?Passions Within Reason: The Strategic Role of Emotions? Robert H. Frank

5 ?Change the World Without Taking Power? John Holloway

6 Dicho criterio exige de todo conocimiento cient?fico falseabilidad.

7 Somos m?s bien un pa?s que eleva a rango de norma constitucional la creaci?n y mantenimiento de monopolios y oligopolios, ya sea por actuaci?n expl?cita de las leyes u omisi?n de las mismas.

8 Dichas propuestas existen. Una de las m?s prometedoras concibe la creaci?n de un organismo con una autonom?a similar a la del Banco de M?xico que agrupe a todas las instituciones de desarrollo social del pa?s y cuyo gasto este justificado en base a criterios t?cnicos y no pol?ticos.

Gonzalo Carrasco Chávez
Estudiante de las carreras de Economía y Ciencias Políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México
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