Organismo de difusión cultural de los alumnos de la Escuela Libre de Derecho
Inicio?Qué es Pandecta?Número RecienteHistóricoColumnasBuscar ArtículosPublíqueseConsejeros

Turáparo de las canteras

Por : Bonifacio Padilla González / Area : DISIDENCIA - Narrativa, poes?a y ensayo
Número : 20 , Tercera Época  /  Diciembre de 2009
Los arrastraban sin remedio las hambres y los días. No sufrían porque sólo conocían el sufrimiento. Los pobres de mirada pobre nunca se miran, ni para qué; nunca se han visto. Así es mejor la vida, habiendo tanto trabajo.

Los hijos de Rogaciano y Domiciana fueron llegando como llagas. Cada uno vino a sumar resequedades a la vida. Ni siquiera servían para el campo, porque eran enclenques y de miradas asustadas. Los arrastraban sin remedio las hambres y los días. No sufrían porque sólo conocían el sufrimiento.

Los pobres de mirada pobre nunca se miran, ni para qué; nunca se han visto. Así es mejor la vida, habiendo tanto trabajo.

La cantina huele a orines y a humos viejos. Rogaciano quiere mantenerse quieto. Se va para uno y otro lado. El dice que no es la borrachera, sino cosa del diablo y de su mala suerte que lo traen todo zarandeado; así lo han traído siempre. No llora porque es hombre. Da de manotazos. Gervasio lo mira quieto.

No, compadre ?le dice con reclamos Rogaciano-. Yo no sé para qué viene uno al mundo a soportar tantos trabajos tan secos como el campo, sin fruto. Yo me voy p?al Norte. Ahi se quede Domiciana y los escuincles.

Gervasio, con voz pre?ada de silencios, resbala las palabras:

No le haga, compadre. Usté los hizo. Si se va, no más aquí no regresa.

No escuchó Rogaciano.

Me mata el hambre y la desesperanza. Para qué cargo tantas

muertes. La lluvia no viene. El rancho todo fruncido y seco.

Gervasio, perdida la mirada, se puso a chiflar: ?Amapola, lindísima amapola, será siempre mi alma tuya sola?. Inclinó la cabeza; luego la irguió con sue?os y de un sorbo bebió el tequila y salió con pasos arrastrados, al abrazo del recuerdo cuando miró a Domiciana siendo ni?a. Quiso hacerla suya en el silencio de su corazón. No tuvo palabras para ella. Por eso ella nunca levantó la vista. El viento frío de las palabras que nunca fueron secaron las esperanzas. Domiciana nunca supo; nunca supo de amores. En la ventisca de los días, en uno de ellos, sin saber cuál ni cómo, se la llevó Rogaciano al rancho y allí parió a sus hijos entre el croar hinchado de la rana y el aullido del coyote detrás de los lienzos de cantera dura.

Gervasio unió a Matilde, la hija del due?o de la hacienda. Casó bien. Cuando la amaba, con los ojos bien cerrados, con la mano tibia excitando los deseos, hacía que borbotearan en Matilde los placeres. Se daba ella generosa en abandonos, en temblores y sofocos acallados con el camisón entre los dientes. Mientras, Gervasio recordaba y amaba a Domiciana en otro cuerpo.

Los días se fueron y vinieron tercos, ciegos, como los aires. Así como Rogaciano se arrejuntó a Domiciana, así la dejó con temblores de conciencia y fríos de calentura. De lejos, detrás de uno de los pilares del portal, ella y cinco crías con ojos de azoro lo vieron encaramarse, con la cabeza baja, al desvencijado camión para irse al Norte.

El camión, dando tumbos, recargándose para un lado y para el otro, se fue por el camino polvoso a Jila. Rogaciano quiere reclinar la cabeza en el vidrio sucio pero el vidrio con movimientos le reniega. No quiere adormilarse porque no sabe si en los sue?os se le cuelguen Domiciana y sus cinco llagas. Durmió la noche anterior con ella. Todavía la recuerda entre los brincos del camión que se arremolina y jalonea y tira para adelante, dejando humos y tosidos. Aquella noche, la de anoche,
fue la única en que Domiciana sintió que el alma se le iba. Hubiera querido reclamarle pero sólo le dio de besos y hasta mordidas, entre ruegos y llantos de placer. A Rogaciano todavía le escurren por dentro aquellos frágiles pla?idos. ??Por qué lloró? Yo ni l?hice nada. ?Entonces qué? No hay quién entienda a las mujeres?. Mientras, la tartana sigue rezongando y subiendo laderas y alejando las vidas, también la de aquella que quedó sembrada en esa noche sin estrellas.

Rogaciano, en Santana de Arriba se persignó a la vista del santuario a un santo mártir protector de los mojados. Dizque lo fusilaron lleno de miedos. Cuentan que se agachó, torcida la cabeza a un lado para que no le atinaran; y que quiso detener las balas con un crucifijo apretado entre sus manos temblorosas. Sin saber por qué le dispararon unos guachos traídos desde lejos. Terminó pronto su vida y para fortuna se fue al cielo bendito a ver a un Cristo con corona de oro, quitadas las espinas. Rogaciano le tiró desde el camión sus encomiendas. También el juido quiere evitar los infortunios agachando la cabeza.

Pasó por Tepama, la del orgulloso Cristo blanco, más milagroso que el del encino duro y negro de Tecaxtla. Los dos compiten tupido los milagros y limosnas. La carretera se enflacó para poder pasar el puente y llegó hasta Uruato. De ahí se fue y se fue, largo, largo, sin remedio, hasta la frontera, buscando la abundancia que todo lo devora y lo vomita.

Despertó el pueblo. Las campanas chicas llamaron a la misa de las seis de la ma?ana. Iban todos sacudiendo las modorras. Charpeaban los guaraches en las aguas tempraneras arrojadas por las mujeres muy de madrugada al frente de sus casas.

Pasaron muchos a?os como vientos fríos. Nadie sabe cuántos.A Domiciana los días le doblaron su espinazo. No lo podía levantar de tantas hambres. De sus hijos, el mayor se le fue a la capital. Le dicen que murió en el hotel de paso de la vida, acuchillado por las ambiciones, al arrebato de todo lo que la vida le negó de chico. De vez en cuando le mandaba a su madre unos birotes para mantenerle abierta la mano encallecida. Ella no le llora, ni para qué, porque el olvido es el alivio a todos los recuerdos. Otro se le quedó sin luz en los ojos. Las mujeres casaron marido y sufrimientos sin remedio. Del olvidado no hay historia. El chico, el más chico, el nacido en su vientre la noche que abrió la huida de Rogaciano, creció contento y bueno; ni siquiera robaba los centavos para comprar la canica de barro que quería.

Gervasio habló con el se?or cura para que él le diera a Domiciana sus limosnas. El padre Engracio bendecía al revés, de abajo a arriba y luego en remolino, como si quisiera espantar al aire; y consagraba la peque?a hostia con padrenuestros en latines retorcidos y rociaba aguas benditas y perdones para ver si se limpiaba el pecado mayor de la pobreza. Tenía una troje donde acumulaba los maíces que le llevaban los campesinos todos los a?os como diezmo. Allí los guardaba y los repartía a los necesitados en las secas. Domiciana comía de las limosnas.

En cuaresma, los cuerpos de las mujeres se apretujaban en el santuario y se flagelaban con los lazos de henequén rasposos: ?Madre purísima, no permitas que manchen nuestros corazones los pensamientos malos que arrastran al pecado; que no tiemblen nuestros cuerpos, que de nuestros hijos sólo recordemos los dolores. Santa Madre de Dios, virgen antes y después del parto, cúbrenos con tu manto?. Se golpeaban y golpeaban y saltaban sus pechos cuando la mano se les iba a sus espaldas y les bullían más las tentaciones. Y más y más las azotaban los recuerdos. Domiciana hasta vio temblar a la imagen de la Purísima y entre vahos sintió que se le echaba encima desde arriba. Llena de espantos se tiró sobre las viejas tablas de mezquite entre las hileras de las bancas densas de rezos. Se mordió la lengua porque sentía que el diablo se le metía entre las piernas, lamiéndole humedades. Traía ahí, en lo oscuro, mal colocadas, muchas estampitas del santo viejo que dizque se llama Antonio, de apellido el egipciano. Eso se rumora. Debió ser del pueblo porque estaba encaramado en una columna de cantera, como las que hace Don Eustiquio. Le habían dicho que el trepado se fue allá arriba para que no le picaran los pecados porque desde antes había sentido comezones. Como aquel santo, ella veía también culebras con pechos levantados sin sostén; diablos chicos que, como monos, le sacaban la lengua con burlas y le jalaban las ropas y la escupían desnuda; hurracas que le picoteaban los pezones enrojecidos de verg?enza. Hasta se le apareció Rogaciano y lo tanteó como aquella noche. Le tiró sus brazos y él se escapó con carcajadas arrastrando con su mano a dos renacuajos g?eros sacados de un bordo al otro lado. Todo el santuario era un espanto. ?Diablo, diablo feo; retírate de esta alma que entre gritos y sollozos placenteros nos mancha y nos provoca. Virgen purísima, atiende a nuestras súplicas. Cristo redentor, limpia con tu sangre nuestros pecados reprimidos?, gemían en coro las mujeres.

Domiciana desde ese día del milagro camina por las calles con los ojos pelones. Cuando llega a la esquina se detiene; estira el pescuezo para ver si no viene por ahí el diablo a tropezarla. Las devotas se persignan cuando la ven abrazada al tronco del laurel dándole de besos y mordidas. En la plaza unos ni?os patean una pelota de trapo junto a la terminal del camión que se llevó a Rogaciano. Ya es otro camión, de la misma Alte?a. Va y viene, ahora más grande y chato. Gervasio es ahora el due?o. Por a?os ha visto como las vidas se van y otras quedan entre rosarios hechos con cuentas de tristezas. Ahí anda Domiciana. Le han dicho que Rogaciano ya regresa y anda cerca; y, al solo oírlo, corre y se devuelve y mira trasijada a todos lados. Debajo de su falda ancha arrastrada al suelo, abiertas las piernas, resbala un charco amarillento mientras sus ojos se le brillan. Entre las arrugas de Gervasio se esconde un hilillo luminoso que sale de sus ojos de párpados caídos. Se levanta de la banca y camina lento, con pasos arrastrados como cuando salió de la cantina el día que Rogaciano le dijo que se iba. Habló con palabras chicas a sus hombres y, en silencio, como si fueran al cementerio, todos, con pasos calmos subieron la cuesta por donde baja el camión en que venía Rogaciano. No lo dejaron entrar al pueblo. Turáparo de las Canteras es un pueblo de hombres pobres, no de ingratos.

Rogaciano se perdió entre los bre?ales y cuentan que se lo comió un coyote de pelos erizados. Nadie le supo poner una cruz de ramas torcidas de huizache. Domiciana guarda sus silencios bajo la losa con que la cubrió Gervasio en el panteón del pueblo, dejando herido en la cantera el llanto: ?Amapola, ?cómo puedes tú vivir tan sola??. Matilde le va a rezar todos los sábados un rosario acompa?ada por Gervasio: ?Dios te salve María? Dios te salve; a ti clamamos los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas?. Se persignan y regresan, lentos, lentos, al socavón del pueblo.

Bonifacio Padilla González
Regresar

Número Reciente


Secciones

 Editorial
  • Editorial
     ACADEMIA - Vida en la Libre
  • Entrevista al Dr. Rafael Estrada Michel,egresado y maestro de la ELD
  • Entrevista al Maestro Fernando Villase?or.
  • ?Malvado Kelsen!
     DISIDENCIA - Narrativa, poes?a y ensayo
  • El tope, reflejo de la actitud del ciudadano
  • Vender México
  • Habitaciones
  • Turáparo de las canteras
  • Cinco tránsitos, tres encuentros y una mejor vía
  • Mexicanos entre gritos de guerra
  • Obscenas publicaciones, resultado de la evasi?n legal
  • Pródromos
  • Tiempo al tiempo
  • Hoy he salido de la cueva
  • Ausencia
  • Hace ya más de 10 a?os
  • De Lirios
  • Soy un pájaro
     PRINCIPADO - Filosof?a, historia, pol?tica y sociedad
  • Líderes mediáticos
  • Los holandeses y sus drogas
  • La política de conciliación porfirista; un ejemplo histórico de la genialidad de un estadista
  • Tendencia reeleccionista en América latina. Democracia a punta de ?favores pol?ticos?
  • Democracia y Abstencionismo
  • Sobre autonomía, clientes e instituciones
  • Un juicio Ejemplar: La ca?da de la Monarquía y establecimiento de la República romana.
  • La contrareforma agraria en Colombia
  • México D.F.,la capital lacustre
  • Averroes.El despertar de la razón
  • Curiosidades electorales
     LITISPENDENCIA - Derecho
  • Derecho médico ? Un panorama general
  • Naturaleza y efectos de la ?liga? en el artículo 1804 del CCDF
  • La Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos como fuente del Derecho en México
  • El control constitucional de la Ley de Amparo
  • El problema del apátrida como obstáculo para el ejercicio de los derechos humanos.
  • Hacia un mundo libre de armas nucleares
  • Apéndice al libro La invención del estado,Un estudio sobre su utilidad para controlar a los pueblos.
  • Hay que hablar derecho
  • ?Qu? estamos haciendo?

    Escritores asiduos en Pandecta

    Adri?n E. Huitrón Benavides
    Alejandro Henao Mesa
    Ana Cristina Corrales Aguirre
    Arturo Guerrero Zazueta
    Bonifacio Padilla González
    Brenda Cerro de la Garza.
    Carlos Guerrero Orozco
    Cecilia Palomo Caudillo
    Clemente Valdés S.
    Diego Armando Morán Arroyo
    Diego Casillas Arce
    Eliseo Vite Franco
    Emilio Garciadiego Ruiz
    Enrique Chan Morales
    Fernando Villase?or Rodríguez
    Gerardo Pérez Chow Martínez
    Gonzalo Carrasco Chávez
    Jordi KC Wiersma
    Jorge Cardoso
    Jorge Orozco González
    José Ignacio Morales Simón
    Juan Carlos Esguerra
    Juan Pedro Fernández Cueto Gutiérrez
    Juann Carlos Ferra
    Luis M. Cárdenas Ibarra
    Lydia Lilia Korol
    Marco Tulio Martínez
    Mario Alberto Becerra Becerril y Mauricio José Becerra Becerril
    Miguel Bonilla López
    Omar Colomé Menéndez
    Oscar Mora Herrera
    Rosalba Mora Sierra
    Rubén Álvarez Hernández
    Sergi Corominas Bach
    Sergio Torres
    V?ctor Hugo Juárez Osorio